miércoles, 27 de agosto de 2008

Descripción

La silla de en medio es la más cómoda. El forro está sucio y agrandado. Cae sobre el respaldo como una camisa sobre los hombros de un enfermo. Todavía huele al perfume de antaño, el que se ponía mi abuela cuando iba a salir de noche. Es evidente que las otras dos sillas cumplen un propósito meramente estético, combinando sus colores ocre con la luz de mediodía que escurre por la ventana de enfrente. El espacio es pequeño, pero acogedor. La televisión, aún apagada, hace que los ojos se dirijan al centro del cuarto, conteniendo las miradas de años de expectante aburrimiento. En los pies descalzos se siente la vibración del refrigerador, que está justo en el cuarto de abajo, donde el piso se convierte en techo. El tapiz, aunque cambia, siempre es el mismo: una resina neutra que juega a resaltar las piezas que conforman la habitación. La casa es la misma, pero siempre cuenta una historia distinta. La calle es la misma, pero su historia cada vez se escucha menos, inundada por el ruido de más y más coches y personas que pasan sin siquiera notar que en esa casa hay, en algún cuarto, un sillón muy cómodo que huele a viejo.

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