viernes, 7 de noviembre de 2008

Adán y Eva

(Advierto que contiene pedazos de textos antiguos...osea, autoplagio, jajaja, pero me gustó más cómo quedó éste).

Dios observa desde la ventana el día de la creación y reverbera, animal pasivo, en las entrañas del hombre. Las palabras permanecen lejanas como una tentación, invertebradas, burlándose de quien busca trazar los conjuros de sus eróticas curvas clientes, de sus seseos soberbios y semidesnudos y de sus timbres febriles, atorados en el eco enrarecido de la pronunciación.
¿Qué se necesita para crear a un hombre? En un cuarto oscuro lo invoco, lo moldeo y así de fácil aparece. Todo funciona a la perfección. Los dedos articulan, la garganta traga y los párpados se mecen como horizontes rígidos en el mar de la mirada. Pero de pronto sus ojos de barro se secan y se resquebrajan, sus manos se agrietan al estirar las palmas, su pecho se rompe de aire y sus labios escupen guijarros hasta que no queda nada más que un charco de Adán y un par de minutos que aún me falta domesticar. En el fracaso retorcido de la palabra, me dejo envolver por las manecillas de otro domingo sin descanso.
Invoco su presencia nuevamente, pero nadie llega. Nadie me saca ni sacude, nadie me salva de perderme entre sueños tan tristes como la tarde y tan reales como el pensamiento. Nadie evita que intente de nuevo alejarme de esta soledad atea y rabiosa que habita sobre un montón de costillas a las que nadie llamará “mi compañera”.